La elegancia es algo que muchos anhelan, a pesar de que no es un fin que se alcanza con facilidad. Algunos defienden que es cuestión innata, otros arduo aprendizaje. Sin embargo, su incuestionable transmisión es algo que sigue presente en su esencia generación tras generación.
Hoy debido a mi personal y gran fascinación por todas aquellas mujeres que siguieron las propuestas de célebres diseñadores como Christian Dior o Cristóbal Balenciaga, dedico mi especial admiración a la elegancia de la década de los años 50. A todas aquellas mujeres de una mágica época que deslumbraron por su estimable estilo y su destacable elegancia.
Tras largos años de devastadora guerra, en 1947 La Maison Dior decidió lanzarse al vacio presentando Corola, la primera colección con su propio nombre. 15 metros de tela para un vestido de día y 25 para un vestido de noche dejaron al mundo entero sin aliento. Los rasgos más característicos de Corola fueron los forros de percal, los canesúes con más pecho, las telas pesadas y el efecto cintura de avispa.
Gracias a esta revolucionaria colección, la cual fue inmediatamente bautizada como “New Look”, Dior logró reinstaurar París como la capital de la moda, salvando la industria de la alta costura. En los años siguientes, Dior afinó la falda hasta llegar a una línea recta, otro clásico de la década. Se dice que la furia desencadenada por el éxito de Dior fue lo que empujó a Coco Chanel a reabrir sus puertas en 1954.
El legado de Balenciaga en la moda fue igual de importante que el de su contemporáneo. Al entrar en la década de los 50, Balenciaga afirmó su originalidad con su línea Tubo, donde jugó con la silueta al ensanchar los hombros y abolir la cintura. En 1952 presentó su traje desestructurado con la parte trasera de la chaqueta que caía libre desde un cuello alto. En 1955, apareció su primer vestido túnica y en 1957 desarrolló el vestido saco, otra de las líneas míticas de la época.
También fue durante esta década cuando el vestido corto negro renació como el clásico estilo de cóctel. La ropa interior se convirtió en el accesorio invisible de la mujer de los 50. Sujetadores acolchados, corsés largos y ligueros para sujetar las medias de las que ninguna señora prescindía. No hay que olvidar tampoco que ningún atuendo femenino estaba completo sin unos inmaculados guantes, generalmente blancos.

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